por Saravia
Una avenida en torno a la bahía
No suele ser suficiente una sola causa para la explicación de un hecho histórico. Pero posiblemente dos o tres sean bastantes para dar buena cuenta de la mayoría de ellos. La ciudad de Acapulco, que tiene hoy algo más de 720.000 habitantes y cuenta con más de 400 hoteles, 19.000 habitaciones de hotel (con una ocupación media del 53%) y casi 200 restaurantes, es el destino turístico de 5 millones de personas/año, en su mayor parte mexicanos. Pero no hace ni un siglo era un pequeño poblado de pescadores, que fue importante en el periodo colonial, pero que había decaído drásticamente desde la independencia. En 1950, ya lanzado a la expansión, no alcanzaba aún ni los 30.000 habitantes. ¿Qué fue lo que la hizo cambiar y crecer? ¿Su atractivo paisaje? La ciudad ocupa un enclave natural extraordinario. Ahí está la preciosa (y profunda) bahía que la acoge, con una veintena de playas. El entorno de sabana y selva, y el clima “subhúmedo” garantizan una (literalmente) cálida estancia.
¿Fue el capricho de las estrellas de Hollywood? La lista de los que fueron es interminable. Llegaron en bloque tras el cierre, como destino turístico, de Cuba. Pero ya habían puesto sus ojos en esta ciudad mucho antes. ¿Se debió a una política urbanística y territorial agresiva? Desde que en 1927 se inauguró la carretera nacional México-Acapulco, y en 1930 se constituyó la Compañía Impulsora de Acapulco, la construcción de infraestructuras (y grandes edificios) fue imparable, si bien en su mayor parte dirigidas al sector turístico. La Avenida Costera, que recorre la bahía, es uno de los frutos más llamativos de esa misma década. Posiblemente no haya una sola causa para la transformación, sino una oportuna simbiosis de las tres condiciones citadas. Cada una de ellas debe considerarse como necesaria. Y posiblemente el conjunto de las tres sea suficiente.
Dicho de otra forma: un hecho de la naturaleza, un vuelo de la fortuna y una decisión consciente se aliaron en un proyecto de transformación. Le dejamos, por tanto, sólo un tercio a la política pública.
La situación y el emplazamiento
La ciudad está situada en un enclave que fue estratégico para los intereses españoles en América. La bahía estuvo habitada desde siempre (desde el siglo XIII había poblados olmecas), pero dependientes de las ciudades del Este. De hecho, en 1486 estas tierras pasaron a formar parte del imperio azteca, durante el reinado de Ahuizotl. Los españoles llegaron en 1523, y rebautizaron la bahía con el nuevo nombre de Santa Lucía. Y en 1531 se fundó el poblado de Villafuerte en lo que hoy es Acapulco. Ese mismo año Cortés abrió el primer camino que lo unía con la Ciudad de México. Pero fue cuando, por encargo de la corona española, Fray Andrés de Urdaneta cruzó el Pacífico desde las islas Filipinas para encontrar la mejor ruta entre las colonias asiáticas y la península ibérica, se estableció este puerto como punto clave de la nueva ruta (es el único puerto natural de aguas profundas al sur de San Francisco). Llegó a Acapulco en 1565. La conexión duró dos siglos y medio.
Una vez al año, Acapulco (que entonces se llamaba oficialmente “Ciudad de los Reyes”: ver grabado del “Puerto de Acapulco” en 1628) se convertía el centro del mundo cuando llegaba de Filipinas la expedición de la “Nao de China”, cargada de mercancías de oriente dirigidas a España. Desde allí, por tierra (a través de un angosto sendero de 6 pies de anchura, unos 2 m.) se encaminaban hacia Veracruz, desde donde partían hacia los puertos españoles. El trayecto duraba entre 14 y 20 días, y la carga se llevaba a lomo de mulas. En esos días la población del puerto se triplicaba. Una situación que concluyó con la independencia mexicana, naturalmente. (Por cierto, esta ciudad se alió con los intereses españoles). De manera que la ciudad que comentamos tiene, al menos, dos historias. Una antigua, con un sentido territorial bien marcado, y justificada en su situación. Otra nueva, como ciudad balneario, fundada en su emplazamiento. Porque, como hemos dicho, no vale cualquier enclave para albergar turismo. Los parajes acapulqueños son de gran belleza.
En los dos costados, sendas lagunas: la de Coyuca, donde predomina la fauna como las garzas, pelícanos, patos buzo y gaviotas, así como los lagartos que se encuentran en la reserva especial. La vegetación es principalmente de palmar y mangle. Y la de Tres Palos, una laguna de agua dulce y gran belleza que alberga también una gran variedad de fauna silvestre. Se localiza “detrás” del aeropuerto internacional. En la parte posterior de todo el àisaje, las verdes montañas de la Sierra Madre del Sur. Y delante, una sucesión de playas y acantilados, entre los que destaca la Quebrada, un risco de 45 metros de altura, famoso por el espectáculo que brindan los “clavadistas”. Abundantes recursos hídricos, con el río Papagayo y varios arroyos, además de contar con aguas termales de la Concepción y Aguas Calientes. Por su localización geográfica, en las bahías de Santa Lucía y Puerto Marqués no existen corrientes fuertes; y el oleaje de las playas facilita la práctica de deportes acuáticos. Es un lugar que siempre ha estado habitado. Es zona arqueológica. Si bien en la actualidad, el “Lugar de las Cañas" (pues tal es el significado en náhuatl de Acapulco; aunque hay quien precisa que la traducción es "el lugar donde las cañas fueron destruidas"), explotada sin límite.
Las estrellas que buscan refugio
Lo cuenta Bárbara Kastelein (revista Travesías, agosto 2006): “¿Sabe quién hizo Acapulco?´, me retó el historiador Benjamín Hurtado del Centro de Investigación e Información Histórica de Acapulco (CIIHA) y, antes de que pudiera responderle, me dijo: `Fue Castro”. En efecto, la Revolución Cubana de 1958 borró a La Habana del mapa como destino de vacaciones de ricos y famosos y Acapulco se dispuso a acogerlos. Y con ellos, la fama de la ciudad como destino de vacaciones, para muchas décadas. Aunque ya estaba preparada para tal ocasión.
Se cuenta que en 1920 recaló en la bahía el entonces Príncipe de Gales, el futuro rey Eduardo VIII, en una de sus excursiones de pesca, y quedó encantado con el lugar. De hecho, la potencialidad del turismo como agente económico de primer orden comenzaba a dar algunos avisos. Se construyeron algunos hoteles (muy pocos todavía). El primero, en 1934. Una de las primeras personas que reconoció las posibilidades de la zona fue el entonces presidente de México, Miguel Alemán, quien, sin perder tiempo, adquirió kilómetros de costa sin edificar. Luego vendió una parcela al magnate del petróleo J. Paul Getty, que construyó una lujosa casa de veraneo para él y sus amigos, en lo que hoy es el Hotel Fairmont Pierre Marqués, en Playa Revolcadero (precisamente en la zona que está de moda actualmente, al otro lado de la bahía).
Uno de los primeros movimientos turísticos fue propiciado por los barcos norteamericanos que, en la ruta San Francisco-Panamá, hacían escala para abastecerse de agua y carbón, y permitía el desembarco de los viajeros. Pero, como decíamos, el gran empuje vino tras la 2ª guerra mundial. Con una mínima infraestructura hotelera previa, Acapulco hizo posadas y casas de huéspedes en Caleta, La Quebrada y el centro urbano. Era un lugar barato y amable. Los vecinos no tenían ninguna experiencia en hotelería, pero pronto se hicieron expertos en preparar para los visitantes el pescado frito, la salsa verde y las tortillas hechas a mano. Y comenzaron a llegar las estrellas de Hollywood. Acapulco tuvo su época de oro entre las décadas del 40 y el 60. Los ricos y famosos de México y de California no concebían su vida sin una casa o una estancia en Acapulco.
Son legendarias las visitas de Frank Sinatra, María Félix, Judy Garland, Rita Hayworth, Elvis Presley o Brigitte Bardot (de luna de miel). O las de otros actores como Bob Hope, Leslie Caron, Cary Grant o Ava Gardner. Directores, como Orson Welles y Jonh Huston. Políticos como Eisenhower, Nixon, Reagan. Aquí estuvieron los Kennedy en su luna de miel, el Sha de Persia y los grandes astronautas americanos. Pintores, como Dalí. Escritores, como Harold Robbins o Tennessee Williams. Incluso el excéntrico Howard Hughes buscó refugio en el Hotel Princess durante las últimas semanas de su vida. El empuje fue tan fuerte que todavía seguían llegando, aunque con menos fuerza, algunas décadas después. Se vio por sus calles a Sean Connery, Joan Collins, Ursula Andress, Harry Belafonte, Nat King Cole, Liza Minelli, Goldie Hawn, Michael Caine, Fara Fawcett, Silvester Stallone, Kevin Costner, Ana Kurnikova y algunos más.
La ciudad era cantada: "Acuérdate de Acapulco...", se pedía en la canción “María Bonita”, que Agustín Lara le dedicó a María Félix. Fue el escenario de numerosas películas. En la laguna de Coyuca se rodaron escenas de Tarzán (“Tarzán y las sirenas”, con Johnny Weismuller, que se quedó a vivir allí) y de Rambo II. De Cantinflas (también tiene su residencia en la ciudad su hijo): se ha dicho que su película “El bolero de Raquel” mostró en 1956 “lo que ya era un centro internacional de vacaciones”. En 1963 Elvis Presley protagonizó aquí “Fun in Acapulco”. Robert Mitchum en “Out of the past” (ver un fotograma, con Kathie Moffat, en las playas de Acapulco).
La mayor parte de los famosos se albergaba en hoteles. Dos de ellos procedían de los años 30: El más famoso, quizá, el Hotel Los Flamingos. En él estuvieron, entre otros, John Wayne, Gary Cooper, Cary Grant, Dolores del Río o Errol Flynn. El segundo, el Hotel El Mirador. Y muy famosas también fueron las fiestas del Hotel Villa Vera. Fundado en 1942 por el músico suizo Teddy Stauffer, se componía de 68 villas. También se cuentan muchas historias de famosos. Lana Turner vivió cerca de tres años en este hotel. Elizabeth Taylor contrajo nupcias en 1957 dentro del hotel con el productor de cine estadunidense Mike Todd. En 1951 la actriz austriaca Hedy Lamarr fue invitada por el dueño del hotel, y meses más tarde se casó con él.
Otras celebridades se albergaban en casas particulares. En 1956 vivió el pintor Diego Rivera en la casa de Dolores Olmedo; y en sus paredes dejó uno de sus murales (en el Cerro de la Pinzona, hoy visitable). En los años 60 se inauguró el Hotel Las Brisas, ya en la carretera Escénica, con 263 pequeñas casas pintadas de rosa: el último de los hoteles míticos de la época dorada. Aunque era intenso el atractivo, y la construcción estaba lanzanda, se trataba todavía de una población muy pequeña. Acapulco no llegaba, en 1960, a los 85.000 habitantes. En la actualidad, las nuevas estrellas de Hollywood tiene otros horizontes vacacionales. Se dice que tienen ( o han tenido) casa en Acapulco algunos de ellos, como los cantantes Luis Miguel, Julio Iglesias, Plácido Domingo y Maria Carey.
(Para conocer las andanzas de las estrellas: Mike Oliver's Acapulco. Para bibliografía sobre la ciudad y su desarrollo urbanístico: ver el trabajo de Ernesto Valenzuela, que se enlaza más abajo. (Una imagen de esos años: “Fiesta de Adán y Eva”, ofrecida por Betty y Luis Estevez en Acapulco, 1959. De izquierda a derecha: Francois Arnal, Condesa Marina Cicogna, Romy Aguirre Naon, John Galliher y Luis Estevez. Imagen procedente de newyorksocialdiary.com).
L
a oportunidad de Alemán
Con una carretera recién abierta y un turismo llamando a la puerta, sólo faltaba un político-hombre de negocios al acecho. Y allí estaba. Fue entonces “cuando el arquitecto del turismo mexicano, el presidente Miguel Alemán, construyó la Costera” (Kastelein). Ya existía un aeropuerto, situado entre mar y laguna, en Pie de la Cuesta. Las redes de abastecimiento de agua y de saneamiento estaban desarrollándose rápidamente (en 1932, Primer Sistema Hidráulico de Acapulco; en 1950, Campo de pozos de agua potable; en 1953, Sistema hidráulico del Alto Río de la Sabana; en 1961, 16 pozos más, etc.). Lo mismo que con la energía eléctrica (en los 40), y la modernización del puerto. Los edificios que hasta entonces se levantaban eran a base de adobe, bajareques, carrizos, madera y palapa. En estos años se fueron sustituyendo, drásticamente, las técnicas y las tipologías, transformando el aspecto y la morfología del antiguo pueblo de pescadores hacia la de una ciudad de vacaciones. El primer edificio alto de Acapulco, el Hotel Presidente (45 m. de altura) se remonta a los años 50.
Pero un elemento cardinal para facilitar, impulsar y ordenar el desarrollo en marcha fue la construcción de la avenida Costera. La ciudad tiene en la actualidad dos avenidas principales, casi paralelas: la Cuauhtemoc, que utilizan básicamente los locales, y la Costera, que recorre la bahía, donde están la mayor parte de los hoteles, restaurantes y discotecas. Como dijimos, el entonces presidente de México, Miguel Alemán, se dedicó a adquirir suelo que sería recorrido por esta vía. La denominada oficialmente Avenida Costera Miguel Alemán Valdés es la principal arteria vial y turística. Tiene una longitud de 8,5 km. y cuatro carriles (si bien dos se utilizan para aparcamiento), y atraviesa todo el litoral de la bahía de Santa Lucía, enlazando la ciudad vieja con la Base Naval, prolongándose después en la avenida Escénica, y ésta en el bulevar de las Naciones, hasta el aeropuerto.
En un documentado trabajo, con un título sobrecogedor (“Los intereses particulares y las cuestiones políticas como obstáculos para el ordenamiento territorial: el caso de Acapulco”), Ernesto Valenzuela estudia algunos aspectos del zozobrante rumbo urbano acapulqueño. Nos recuerda cómo se gestó esta vía y su trazado. La ciudad contaba con un plano regulador de 1931 (redactado por Carlos Contreras), que ya preveía un vial de este tipo. Aunque fue modificado, “anteponiendo intereses económicos”, al permitir interponer entre la avenida y la playa una línea de edificios que eliminó la vista del mar desde la vía. No es un caso aislado. De hecho resulta sorprendente la implicación de altos cargos entre los beneficiarios de todo el proceso urbano de la ciudad. Hasta cuatro presidentes de la República figuran entre los favorecidos: Ortiz Rubio (a través de la Compañía Impulsora de Acapulco, que adquirió terrenos expropiados en el área de Hornos); Lázaro Cárdenas (expropió los terrenos que él mismo otorgó a los campesinos, en favor de empresas turísticas nacionales ye extranjeras); Portes Gil (a través de la Junta Federal de Mejoras Materiales); Miguel Alemán (a través de la compañía “fraccionadora” de terrenos “Chapultepec Polanco”).
Su construcción fue rapidísima. En 1947 se realizaron los primeros cortes de roca para adecuar sobre un trazo definitivo la carretera. Fue inaugurada por el Alemán sólo dos años después, la noche del 28 de febrero de 1949. Se llamaba entonces “de Nicolás Bravo”, y se dividía en tres partes: Paseo del Morro; Paseo de la Nao y Avenida Calera. Posteriormente se le renombra solamente como Miguel Alemán Valdés. En principio estaba contemplada como un vía de unión con la zona del anfiteatro de Acapulco que comprendían en gran parte barrios y localidades ubicadas en dicho municipio, además de facilitar la comunicación con la Base Naval del puerto. También se utilizaba como salida hacia la carretera con Ciudad de México.
De los 50 a hoy
Según la denominación turística, pero generalizada, hay un Acapulco tradicional (al oeste), un Acapulco Dorado (la bahía, al norte) y un Acapulco Diamante (al este). El gran impulso de transformación y promoción duró realmente 25 años, de 1945 a 1970. A partir de los años 80, entró en crisis. La mayoría reconoce hoy que los primeros urbanistas del boom permitieron una construcción excesiva frente a la playa. Pero ese reconocimiento no arredra a los urbanistas de hoy. El planteamiento es completamente distinto, pero sigue fundado en la máxima expansión.
Por lo que he podido ver, sigue sin proponerse un urbanismo adecuado, justo y eficaz para todos. Nunca lo ha habido. Los planes de Lallier (1889) y Contreras (1931) no sirvieron para racionalizar el desarrollo. En el municipio hay problemas de marginalidad, reconocidos por el Instituto de Estadística. Una población indígena (el 1,42%), que habla unas lenguas oficialmente ignoradas (el náhuatl y el mixteco). Casi el 20% de las viviendas tienen problemas de abastecimiento de agua (no los hoteles). Hay un grave desorden urbanístico, que tiene su origen en las migraciones de los años 60 que impulsó el crecimiento turístico. Los nuevos asentamientos se ubicaron de forma anárquica en el área del anfiteatro, y dieron lugar a múltiples problemas de infraestructuras. Hubo desalojos y traslados forzados (colonia Emiliano Zapata). La corrupción urbanística fue y sigue siendo moneda de curso. También se reseñan problemas de contaminación, crimen y seguridad. Los actuales conflictos con campesinos expropiados y con los narcotraficantes de Guerrero están ahí, en la prensa diaria. De entonces a hoy, todo ha cambiado, pero se mantienen problemas de fondo. Según se cuenta, en la década de los setenta se fue transformando el turismo glamoroso de los 50 en el de los “placeres ilícitos” generalizados (lo que no quiere decir que el de las celebridades fuese más legal). Acapulco pasó de los bikinis de lunares, los daiquiris y los Thunderbirds a la diversión estrambótica bajo el sol.
En los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo por la recuperación del tono de antaño, si bien con una sola dirección: la del crecimiento; y dejando sin resolver otros problemas que parecen enquistados. Se han puesto en marcha proyectos de remodelación de muchos hoteles, y en la zona del Diamante (en playa Revolcadero), la superficie de construcción de “nuevos condominios” (parcelaciones, urbanizaciones) y complejos hoteleros es apabullante. la inversión inmobiliaria es nuevamente extraordinaria. Pero lo que pasó, pasó y no vuelve. Los hoteles se esfuerzan por recobrar su atractivo a base de recordar glorias pasadas, como el museo activo denominado “Leyendas de Villa Vera”, que se ha abierto en el hotel del mismo nombre. Lo que de hecho significa el reconocimiento de que se ha cerrado una época.
Nota final: No he visto lugar con más nombres, sobrenombres, apodos. Acapulco es la “Reina del Océano”, la “Perla del Pacífico”, “La Reina de la Riviera Mexicana”, entre otros más. ¿Por qué no, simplemente, Acapulco? Precisamente una ciudad que podría dar apodo a otros lugares. Pero también tiene otros nombres menos brillantes. The National Geographic, en un artículo de los años 70, la llamó “una ciudad de dos mundos”, resaltando el contraste entre los glamorosos hoteles y las barriadas de los alrededores. (Ver foto de Joshua D. Foster, Panorama del Acapulco Viejo, Colonia Centro).
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